Para recordar un poco cómo fue aquella primera Mariápolis, llamada ‘Mariápolis Ibérica’, reproducimos parte del artículo que Ciudad Nueva publicó sobre la misma en 1964.
Unos ciento cincuenta miembros del movimiento de los “Focolari”, nacido en Italia durante los horrores de la Segunda Guerra Mundial, se han congregado en Solsona, desde el primero hasta el nueve de este mes, para celebrar su primer congreso ibérico o primera Mariápolis Ibérica. Unos cuarenta procedían de Italia, bastantes de Portugal y los demás de toda la geografía de España. Los actos religiosos han sido celebrados en diferentes iglesias de la ciudad, y los otros en el cine Transatlántico y en el salón de actos de las monjas de la Enseñanza. Un día se trasladaron al santuario de El Miracle. Cerraban la jornada con un cinefórum y la proyección de una película o documental.
Todos aquellos que les hemos seguido y observado, hemos venido de sorpresa en sorpresa.
Y nos ha deparado la primera la elección de Solsona para celebrar el primer congreso internacional que el movimiento ha convocado en España. “Cose della Madonna” nos respondían los dirigentes.
Luego, su atrayente y cautivadora espiritualidad. Podríamos reducirla a estas pocas palabras: la unión en la caridad de Cristo, bajo la guía de María. Lo hemos visto más que oído. He ahí unos cristianos que de verdad practican el amor. Sin propagandas, sin truculencias, sin extravagancias, sin esas mil maneras que tiene el orgullo para disimularse. Con simplicidad, con alegría, con espontaneidad, con sinceridad, con esas mil manera hábiles y elegantes que tiene la caridad para ocultarse y que confieren un innegable e inconfundible señorío de espíritu. Solsona ha sido, durante esos días, una verdadera ciudad de María. Una Mariápolis.
¿Unos iluminados? Se dijo en un principio. Y se repite aún. El que haya sido posible formular este juicio pone de manifiesto la desorientación que, en ansias de novedades, cunde por ahí.
¿Anticuados? Quizás sí. Tanto que podríamos compararlos a los cristianos de que nos habla el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y por cierto que, ante el espectáculo, hemos experimentado una misma fuerza irresistible, irrefrenable, de simpatía y atracción.
El movimiento de los “Focolari”, Evangelio puro, está llamado a tener éxito. Las fuentes de la caridad a las que conduce y de las que arranca, han de producir necesariamente sus frutos.
Otra sorpresa la experimentamos en la exposición, en el cine Transatlántico, de las producciones de arte de tres focolarinas. Una pintora, una escultora y una ceramista. Gusto moderno, que es el que hoy priva, pero buen gusto, verdadero arte. Ha sido la única manifestación, es verdad, de la especialización del espíritu del movimiento en las diversas profesiones, pero ha sido suficiente para percatarnos de cómo se realizaba el ideal de ver a Dios en la infinita variedad de las actividades humanas y de amarlo en ellas. (…)