En su edición del 6 de enero, el periódico italiano Avvenire, publicaba una extensa entrevista a la presidente del Movimiento de los Focolares sobre la exhortación apostólica del Papa Francisco Evangelii gaudium. La entrevista, realizada por Salvatore Mazza, se puede leer en italiano en la web del periódico. A continuación, presentamos una traducción de la misma.
“La alegría nos empuja a las periferias”
Maria Voce: La Evangelii gaudium llama a todos a la misión
Salvatore Mazza
Por primera vez, ante la Evangelii gaudium «no tenía la impresión de estar leyendo un texto que hay que estudiar o profundizar, sino de escuchar una voz». La «de una persona que se pone a tu lado y te dice cuáles son las exigencias del hombre» y «cuáles son las necesidades del mundo actual y cómo nosotros, Iglesia, podemos ayudar al mundo». Maria Voce, presidente de los Focolares, no duda al encuadrar la exhortación apostólica del papa Francisco: “Es globalizadora –dice en esta entrevista concedida al periódico Avvenire–, toma al cristiano como parte del pueblo de Dios que evangeliza, en todas sus dimensiones”.
Tuve la impresión de estar ante un texto fundamental. Había participado como auditora en el Sínodo sobre la nueva evangelización y tengo presentes los temas tratados, el debate, las proposiciones presentadas al Papa… Me parece que el Papa ha ido mucho más allá de todo esto. No habla solo de la nueva evangelización, sino que ha querido trazar unas líneas sobre la Iglesia hoy. Por eso, en el texto, más que destacar la evangelización como primer anuncio o como nuevo anuncio –allá donde, en el pasado, la cultura ha estado empapada del cristianismo–, se pone de manifiesto la evangelización como testimonio de un pueblo cristiano en camino por las calles del mundo. Por esto digo que es globalizadora.
Por primera vez desde la Gaudium et spes vuelve al título de un documento del magisterio la palabra “alegría”. A su juicio, ¿qué indica este hecho?
No es que se hable solamente en el título; es que toda la exhortación está invadida por este sentimiento de alegría. Una alegría que se basa en un realismo y en un optimismo de fondo. De las expresiones que el Papa usa se desprende una alegría fundada en el amor de Dios, del que somos testigos y beneficiarios. Sería extraño no sentir alegría si somos amados nada menos que por un Dios. Al mismo tiempo es una alegría que, precisamente porque procede del hecho de ser amados, nos empuja a su vez a amar y a transmitirla a los demás. Se habla de alegría siempre: al hablar de política, de la distribución del dinero, de la acción hacia los pobres, de la atención a la ecología.
¿Qué se deriva de todo ello?
Un optimismo que no es insustancial, sino seguro, real, porque se basa en un principio que nos trasciende a los hombres. Lo vemos, por ejemplo, cuando el Papa trata el tema de las relaciones personales, que hoy, con los medios de comunicación, muchas veces resultan fragmentarias. En un momento habla de «esta masa caótica que puede convertirse en una experiencia de verdadera fraternidad». El Papa ve sus limitaciones y las denuncia, pero también ve todo lo positivo que puede desencadenar. Siempre –incluso en las cosas que aparentemente puede parecer que alejan de Dios–, siempre hay una posibilidad de acercar a los hombres unos a otros. Y esto significa acercar a cada hombre a Dios, porque el punto de partida es este: Dios me ama, Dios te ama, y porque te ama, sigue actuando en tu historia, en la historia de los hombres.
El Papa escribe que «es necesario pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera». ¿Qué cambio de marcha impone semejante perspectiva?
La Iglesia es misionera por voluntad de Jesús, su fundador, y por tanto no es una novedad que el Papa diga hoy: «Salid e id a llevar el Evangelio a toda la humanidad, a las periferias existenciales». Lo que sí me parece novedoso es que el Papa indique esto, más que como un deber, como la esencia del cristiano: el cristiano, porque es cristiano, actúa así. Lo hace con su vida. Subraya que la «misionaridad» de la Iglesia no es sólo propia de unos pocos, sino de todo el pueblo cristiano. De ese pueblo de Dios que está llamado a abrir cada vez más sus fronteras y a abrazar cada vez más a todos los hombres por los que Jesús murió y resucitó. Esto me trae a la mente los movimientos, a propósito de los carismas. El Papa habla de los carismas como grandes dones que el Espíritu hace a la Iglesia, y lo son si están al servicio de la comunión eclesial. Él reconoce el don y exhorta a cada uno a vivir de su don, es decir, a ser testigo del don que ha recibido y que debe servir a la comunión entre todos. Y dice que si uno tiene de verdad un carisma, no tiene motivos para temer los carismas de los demás; solo tiene motivos para alabar a Dios.
Es uno de los grandes debates que siguen dando vueltas en la Iglesia
Es algo que me recuerda –a mí, que soy focolarina– las palabras de Chiara Lubich cuando decía: «Yo he sido creada como un don para quien está a mi lado, y quien está a mi lado ha sido creado como un don para mí». Y así se podría decir: el Espíritu Santo ha hecho al Movimiento de los Focolares un don especial que es el carisma de la unidad; el mismo Espíritu Santo ha hecho a cada movimiento otro don específico; ese se le ha dado a aquel Movimiento para mí, así como el mío se me ha dado para el otro movimiento. Esto nos pone en la actitud justa de lo que debemos hacer los movimientos en la Iglesia: estar al servicio de la fraternidad universal, al servicio de la Iglesia-comunión que Jesús quiere, y que contiene a todos. No sólo a los que responden a la llamada de Jesús, sino también a los demás, hacia los cuales el Papa tiene una actitud de confianza y de respeto. Es más, hablando del diálogo interreligioso, dice abiertamente que también las formas de oración, de comunión o de relación con lo trascendente que se dan en religiones distintas a la cristiana, pueden ayudarnos a vivir mejor nuestras formas. Es un tipo de apertura que permite reconocer el bien presente en los demás. No sólo en los cristianos, sino también en los hombres de buena voluntad que se esfuerzan junto con nosotros por el bien común, por proteger la creación, la vida, las libertades, todos los valores que reconocemos juntos.
Francisco insiste en la necesidad de una reforma profunda de las estructuras ecle-siales, incluyendo en esta también al papado. ¿En qué ve una continuidad con Benedicto XVI y en qué un impulso nuevo?
Se dice que la Iglesia debe ser siempre reformada, luego también sus estructuras, también el papado. Me parece que este papa es a la vez prudente en su actitud reformadora. La reforma no es una revolución ni un lavado de cara, es un cambio dentro de la continuidad. En lo que el papa Francisco está haciendo se puede captar la dirección de esta reforma. Por ejemplo, el hecho de haberse rodeado de un consejo de cardenales que no están en Roma, sino que viven en los cinco continentes y que vienen a exponerle sus pensamientos. Esto es algo nuevo. No es que Benedicto XVI no tuviese deseos de reforma, pero recibía consejo de los que tenía cerca, no de quienes proceden de otras partes del mundo. Podía pedir consejo también a los demás, pero de esta forma se ofrece efectivamente mayor atención a las peticiones que vienen de las periferias, del pueblo de Dios, de quienes sufren en los puntos más dispares de la tierra por injusticias, persecuciones, situaciones difíciles. Hay una exigencia de escuchar, de entender cuáles son las necesidades a las que la Iglesia debe responder allí. Y al mismo tiempo, la certeza de que la Iglesia responde siempre de la misma manera, con la Palabra de Dios predicada, vivida, testimoniada.