Antonio María Baggio. Revista Ciudad Nueva, enero 2004
Cada vez que se produce uno de esos grandes encuentros interreligiosos, me viene a la mente el episodio de los Reyes Magos camino de Belén. Jesús acababa de nacer, aún no había empezado su anuncio, y sin embargo los representantes de la más antigua sabiduría, que lo estaban esperando, lo reconocieron y lo adoran. El episodio ha quedado para siempre envuelto en el misterio y el paso de los siglos y la proliferación de las leyendas lo han hecho aún más impenetrable. No obstante, sólo texto evangélico, aún en su sencillez, es rico en contenido.
Probablemente los Magos constituían en origen un clan familiar de la etnia de los medos. Erodoto los describe como los sabios consejeros de lo que se rodeaba el rey medo Astiages. Seguramente, y durante más de mil años, hasta la conquista de los árabes, los Magos ejercieron una notable influencia en la vida pública de la actual área iraní.
Aunque hayan degenerado, dando lugar a ciertas escuelas pseudomágicas a nivel de brujos y adivinos, los verdaderos Magos, que tienen a Zoroastro como fundador, mantuvieron una línea sapiencial auténtica, tal como lo testimonia Ammiano Marcelino, que los conoció en ocasión de la primera campaña militar de Juliano contra los persas en el año 363 d.C., definiéndolos como guardianes de un elevado culto de las realidades divinas. En efecto, en su significado más elevado, sapiencial, los magos poseen el maga, o “don”, que consiste en una iluminación o capacidad de visión interior, determinante de un conocimiento que los demás no poseen.
El reconocimiento y el respeto por los sabios estaban muy difundido en las antiguas culturas. Por ello no debe sorprender que Mateo deje constancia de que los sabios Magos hayan reconocido a Jesús; es más, presenta el episodio como la revelación de la universalidad del anuncio que llevará a cabo Cristo.
Los Magos no son los primeros sabios no israelitas que encontramos en la literatura hebraica. En el libro de los Números se narra el episodio de Balaán, considerado como un original caso de profetismo. Balaán no pertenece al pueblo hebreo, sino que procede de Mesopotamia, y Filón de Alejandría lo define como magos. Llamado por el rey de Moab para detener a los judíos que habían salido de Egipto, en lugar de maldecir al pueblo de Dios, lo bendice y pronuncia una profecía en la que un futuro rey de Israel es asociado a una estrella: “Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel”. Nm 24,17).
Según Clemente de Alejandría, los magos habrían comprendido el significado de la estrella a partir de sus conocimientos de astrología, pero otros Padres de la Iglesia, como Jerónimo, Orígenes o Gregorio de Nisa, los consideran discípulos de Balaán y herederos de su profecía. De ese modo, Balaán constituiría el eslabón entre la tradición judía y la iraní, la cual mantenía viva la expectativa de la estrella, y mediante los Magos, la vuelve a anunciar a Israel, el cual sin embargo no la reconoce: “Los Magos –escribe Alexander Sand– representan a los pueblos paganos que dan homenaje de proskynesis, de reconocimiento reverente, mientras Israel manifiesta su rechazo desde un principio”.
En el evangelio de Mateo los Magos hacen su entrada inmediatamente después del nacimiento de Jesús: “Unos Magos que venían de Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». Al oírlo el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén”. Mt 2,2-3
Lo que mueve a los Magos desde su lejano país es una estrella. La aparición de la estrella, que traza un nuevo recorrido en el cielo, es un acontecimiento al que los antiguos dan un gran peso, en especial las culturas que habían desarrollado cierta investigación de tipo antropológico. Se trata de un conjunto de conocimientos elaborados por los caldeos en el área mesopotámica, que luego llega al mundo helenístico y a través de ellos a los árabes, y forma parte de ese patrimonio sapiencial común del tronco indoeuropeo, dentro del cual los conocimientos se difundían. Los sabios se comunicaban entre sí con una continuidad que hoy nos cuesta imaginar, pero que los hechos atestiguan.
Concretamente, la estrella que identifican los Magos es la estrella “de alguien”, directamente unida a una personalidad, según era normal en la concepción iraní. También en la literatura hebraica se encuentra esta personalización de la estrella, atribuida a todo un personaje y fundamental en las profecías mesiánicas: “Su estrella –reza el Testamento de Leví (18,3)- surgirá como la de un rey”- El mismo Jesús, en el Apocalipsis de San Juan, dice de sí mismo: “Yo soy el retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba”. Ap 22,16
La cuestión de los Magos, pues, abre el escenario de una expectativa que estaba en Oriente, en el mundo indo-iraní, más allá de los confines de Israel. Los Magos se encaminaron depositando toda su confianza en la señal divina. Nos los podemos imaginar fácilmente superando todas las dificultades de su viaje, ocultos por la noche en la que se puede ver la luz divina. El recorrido de los Magos se presenta como el símbolo de un camino de la existencia humana, de la vida de cada uno de nosotros.
Pero repentinamente, ya cerca de la meta, la estrella desaparece y los Magos pierden su guía. Entonces es cuando buscan una ayuda humana y se dirigen a Herodes, es decir, aquel que, por sentido común, debería haber estado al tanto del nacimiento del rey niño, un acontecimiento que, en buena lógica, debería ocurrir en la casa del rey. Así piensan los Magos, pero al hacerlo corren el riesgo de convertirse en ejecutores inconscientes de los planes de Herodes, que no quiere rivales. Y así, el poder humano interfiere en el designio divino tratando de destruirlo.
Herodes convoca a los sacerdotes y a los escribas y les interroga sobre el lugar del nacimiento del “Cristo”, demostrando de este modo reconocer que el rey del que le hablan los Magos es el Mesías. Y le responden con la profecía de Miqueas: “En cuanto a ti, Belén Efratá, la menor entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de guiar a mi pueblo Israel”. Mi 5,1
Entonces los Magos prosiguen hacia Belén y la estrella reaparece. Pero ya no se mueve en la trayectoria este-oeste, sino desde Jerusalén a Belén, en dirección norte-sur. ¿Acaso los Magos la habían perdido precisamente por ese cambio de dirección? Quizá, como iban dispuestos a encontrar al rey niño y buscando según la lógica de su sabiduría, cuando la estrella toma una dirección que no comprenden, ya no consiguen verla. Por eso, en la noche sin luz piden ayuda a la persona equivocada. A pesar del error, vuelven al camino justo, porque creen en la sabiduría bíblica, que indica el lugar preciso del nacimiento. Ahí está la grandeza de los Magos, aceptando las limitaciones de su propio saber, salen de su cultura y pierden lo que son. Y este hecho es lo que permite que reaparezca la estrella,… o que los Magos recuperan la capacidad de verla. Es un acto grande el que cumplen los Magos porque supone el encuentro entre dos sabidurías: pierden la suya en favor de otra y así permiten que la expectativa de la primera, encuentre respuesta en la segunda.
No sabemos cuántos eran, Mateo no lo dice. Sólo una tradición posterior impondrá el número de tres, basándose en los tres regalos, y les atribuirá los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar.
Los tres regalos tienen un uso práctico, pero lo que cuenta es su valor simbólico. El oro indica realeza y el incienso divinidad. La mirra requiere alguna explicación más. Deriva de una planta que pertenece a una especie muy difundida en las regiones bañadas por el Mar Rojo y el Océano Índico. La resina que se extrae de esta planta se utiliza aún hoy en perfumería. Con la destilación de la mirra, se obtiene una mezcla con propiedades astringentes y antisépticas que se utilizaba en las preparaciones para embalsamar. En consecuencia, la mirra simboliza la medicina que puede vencer la muerte y reclama la figura del “Cristo-sanador”, aquel que tiene compasión de los males de la humanidad y los asume para curarlos. Mediante los tres regalos, los Magos reconocen a Jesús como Rey, Dios y Salvador.
Pero la misma figura de los Magos tiene un alto valor simbólico. En efecto los que adoran a Jesús no son altos funcionarios, ni príncipes ni reyes, si bien nada impide que en sus países de origen desempeñasen tales funciones. Pero es en cuanto Magos, es decir sabios, por lo que emprenden su viaje que culmina en un encuentro directo con Dios. Para ellos Jesús es la encarnación de la Sabiduría, la respuesta a las preguntas de la inteligencia humana.
Según Marcos, después de haber adorado al niño, los Magos se van, vuelven a sus países y a su cultura, llevándose la luz del encuentro con Cristo. No se dice que a consecuencia de eso se hagan cristianos, ni fundadores de iglesias en sus tierras. El mensaje que se desprende afirma la universalidad de Cristo, el hecho de ser el auténtico cumplimiento de las expectativas de los sabios, pero también afirma la libertad humana al elegir los modos de conocerlo.
¿Cómo concluir este viaje en compañía de los sabios? Deseando a todos y a cada uno que, cuando llegue la noche, sepamos reconocer nuestro propio “lucero de la mañana”.